POR ALEJANDRO OCAMPO*
Sigmund
Freud, el tercero y último pensador de la sospecha, es también el más incisivo
y el que volteó definitivamente su mirada hacia el hombre. Si bien Nietzsche y
Marx habían ya centrado su filosofía en la existencia hic
et nunc del hombre,
es hasta Freud con quien la introspección y la indagación al interior hace
explicar al hombre no sólo en sus relaciones
con los demás o en el sentido de un fin-proyecto, sino en los problemas consigo mismo, con su mente, con su cuerpo, con sus necesidades, con lo que busca y no encuentra, la cuestión es pues, más psicológica que filosófica. Con reservadas proporciones, Freud se guarda ciertas similitudes con Kierkegaard en la medida que la búsqueda es hacia adentro, sin embargo, mientras el danés encuentra la solución a su problema en la religión mediante la fe, Freud recurre a la ciencia mediante la concepción de una metodología, sin mencionar que la salida de Kierkegaard es estrictamente personal y la de Freud tiene pretensiones universales y busca los porqués en cada uno.
con los demás o en el sentido de un fin-proyecto, sino en los problemas consigo mismo, con su mente, con su cuerpo, con sus necesidades, con lo que busca y no encuentra, la cuestión es pues, más psicológica que filosófica. Con reservadas proporciones, Freud se guarda ciertas similitudes con Kierkegaard en la medida que la búsqueda es hacia adentro, sin embargo, mientras el danés encuentra la solución a su problema en la religión mediante la fe, Freud recurre a la ciencia mediante la concepción de una metodología, sin mencionar que la salida de Kierkegaard es estrictamente personal y la de Freud tiene pretensiones universales y busca los porqués en cada uno.
Freud
va sobre lo más íntimo del hombre, sobre lo que nadie se había atrevido a
indagar, abrir esa puerta significó tanto como abrir la caja de Pandora en
todos y cada uno. Al escudriñar la mente, Freud encuentra cosas tan
desgarradoras como reveladoras, para ello, toma a la ciencia y con su ayuda
crea el psicoanálisis y con él, destapa la enorme debilidad y horror que le
causa al hombre ver en un espejo su insoportable realidad sin la coraza que le
da el reflexionar sobre ella desde la ciertamente más cómoda abstracción
mental. No es casualidad que las vidas de Nietzsche y Kierkegaard, humanistas
al fin, hayan sido una auténtica galería de sufrimientos, depresiones y
altibajos. Freud no discute sobre la forma de árbol, ni para qué lado debe
crecer, ni cómo debe crecer, ni si lo que hay arriba es cielo o no, Freud va a
las raíces a buscar el porqué el árbol es cómo es. Por decirlo de alguna
manera, la investigación de Freud es ética, es consigo mismo, es para
entenderse, es para continuar el ideal socrático de “Conócete a ti mismo” ahora
bajo el marco de la ciencia. Por ello celebró tanto el que Carl Jung, hijo
pródigo y desobediente a la vez, llevara al psicoanálisis al mundo“Casi diría
que sólo su aparición ha podido salvar al psicoanálisis de convertirse en una
preocupación nacional judía” (Rodríguez en Freud, 1999, p. 48) dijo en 1908.
Así pues, como colofón, es posible afirmar que Freud oscila entre la psicología
y la biología. Su visión va más allá o más acá de la filosofía según se quiera
ver, no se trata de especular, se trata de entender al psicoanálisis como la
ciencia de lo psíquico inconsciente.
Hombre
y Cultura
La relación entre el hombre y la cultura ha resultado siempre incómoda para el hombre. El eje de la discusión es si el hombre como creador de la cultura, puede modificarla y dirigirla hacia donde él mismo decida o, por el contrario, si la cultura es la primer creación humana que, cual cuento de ciencia ficción, se ha revelado contra su creador y es ella quien modifica al hombre y lo lleva por donde quiere. La única base desde la que se puede partir con cierta seguridad, es que sin hombre no hay cultura. El hombre crea pues cultura. Respecto al primer punto, aunque el mismo Freud no lo trata explícitamente, no es difícil concluir que no sólo es la cultura quien modifica al hombre, sino que, y esto es el centro del problema en Freud, le hace pagar al hombre un precio por culturizarse y ese precio es la represión de sus pulsiones. Freud coincide con Aristóteles en aquella vieja frase en la que se afirma que el que vive fuera de la polis o es una bestia o es un dios, nótese que esta frase la expresó Aristóteles precisamente contra los bárbaros que no tenían la producción cultural griega-ateniense. Así pues, si quieres vivir en la polis, el peaje a pagar es la culturización, lo cual implica aprender a ganar debates y persuadir a otros en el ágora con argumentos y no con golpes. Esta es, diría Nietzsche, la tiranía del logos.
La
cultura en Freud es, a la vez, padre represor que padre amoroso. Por la cultura
se experimentan sentimientos tan mutuamente excluyentes como poderosos, pues,
si bien por un lado, como decía Kant, representa una coraza protectora del
mundo y de la naturaleza agreste, por otro, es la gran represora de instintos.
Freud la describe así:
Pues es
forzoso reconocer la medida en que la cultura reposa sobre la renuncia a las
satisfacciones instintuales: hasta qué punto su condición previa radica
precisamente en la insatisfacción (¿por supresión, represión o algún otro
proceso?) de instintos poderosos. Esta frustración cultural rige el vasto
dominio de las represiones sociales entre los seres humanos y ya sabemos que en
ella reside la causa de la hostilidad opuesta a toda cultura (Freud, 1999, p.
90).
Freud
toma forma un ideal de hombre ciertamente distinto de cualquier concepción
filosófica, la incorporación de la ciencia y el estudio no del ser, sino del
hombre en sí en su más profunda intimidad, vuelven al hombre-pensador como el
sujeto-objeto de lo que está buscando. Es importante destacar que la formación
académica de Freud es como médico psiquiatra y que hizo interesantes estudios
fisiológicos sobre el funcionamiento del cerebro, así como de neurología.
También ejerció como psiquiatra en el Hospital General de Viena en donde se
centró en estudiar la neurosis, pero sobre todo, la histeria, cuestiones que
finalmente lo llevarían a desarrollar el psicoanálisis. De hecho, sobre la
neurosis afirma:
Comprobose
así que el ser humano cae en la neurosis porque no logra soportar el grado de
frustración que le impone la sociedad en aras de sus ideales de cultura,
deduciéndose de ello que sería posible reconquistar las perspectivas de ser
feliz, eliminando o atenuando en grado sumo estas exigencias culturales (Freud,
1999,. 81).
Así
pues, la neurosis, no es sino el resultado de una cultura francamente represora
frente a un individuo naturalmente hedone-eudemonista.
Cultura,
Moral y Ética
El punto de partida de Freud es que el hombre tiene algunas inclinaciones tan naturales como necesarias. La primera de ellas es su agresividad, por eso dice a propósito de la frase “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, que considera francamente absurda, irrealizable y por ende, cargada con una dosis significativa de represión cultural:
La
verdad oculta tras de todo esto, que negaríamos de buen grado, es la de que el
hombre no es una criatura tierna y necesitada de amor; que sólo osaría
defenderse si se le atacara, sino por el contrario, un ser entre cuyas
disposiciones instintivas también debe incluirse una buena porción de
agresividad. Por consiguiente, el prójimo no le representa únicamente un
posible colaborador y objeto sexual, sino también un motivo de tentación para
satisfacer en él su agresividad, para explotar su capacidad de trabajo sin
retribuirla, para aprovecharlo sexualmente sin su consentimiento, para
apoderarse de sus bienes, para humillarlo, para ocasionarle sufrimientos,
martirizarlo y matarlo. Homo hominis lupus (Freud, 1999, p. 102).
Se
desprende de aquí la idea de que la cultura busca el dominio de la agresividad
humana, lo cual, conlleva ciertos contras, pues entra en oposición con la
naturaleza del hombre mismo. Las pasiones instintivas son más poderosas que los
intereses racionales, Platón lo entendió bien cuando expulsó de la República a
los poetas estableciendo así, toda una cultura. La necesidad de imponer la ley
o una normatividad como eje regulador de las relaciones humanas, es cierto,
puede reprimir el sentimiento agresivo franco, pero no alcanza a las
manifestacirectones más discretas y sutiles de la agresividad el hombre que,
efectivamente, se dan simplemente por la naturaleza humana. La felicidad pues,
que produce el ejercer esas pasiones e instintos se ve limitada fuertemente y
deja al hombre dos salidas: la primera es la de convertirse un franco rebelde
anticultural o al menos darse espacios de desahogo a través de alguna forma
para evitar la neurosis y la segunda, sublimar esos instintos, es decir,
recurrir a los desplazamientos de la libido previstos en el aparato psíquico.
Esto último es particularmente interesante, pues se trata de reorientar los
fines instintivos de tal manera que eludan la frustración del mundo exterior, de esta forma se obtienen satisfacciones similares a las que el artista
experimenta en la creación, a las que el investigador experimenta al encontrar
soluciones.
*Alejandro Ocampo es Director de la revista razón y palabra, y docente en el Departamento de Comunicación en ITESM, campus, Estado de México. Mx.
Puede seguir leyendo este artículo en la revista :http://www.razonypalabra.org.mx/anteriores/n42/aocampo.html
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