Por Eli Quezada
Soy adicta al jadeo de las madrugadas, al olor del café en el campo,
a la fiesta de gallos y de pájaros cantando cantos al despertar, al alba,
a la aurora con sus poéticas vestiduras; a la luz nueva de cada día,
a ver la cara gris del cielo sonrojarse ante el sol
y teñirse del verde azul del mar en el Caribe.
Soy adicta a la mordida de la manzana.
Al olor de las fresas y las uvas…
a explotar un gajo de naranja dulce que se escapa entre los labios.
A sentir la brisa fresca tocar mis ojos cansados.
Soy adicta al parto de un día sin dolor,
a la muerte ansiada de la tarde…
soy adicta a los principios, más adicta a los finales.
Adicta al crepúsculo, a ver descansar la tarde; como se arrellana a orillas del horizonte,
a esperar que la luz se apague: se acuclilla,
se aposta en asedios diarios de necesidades creadas.
Se echa a dormir sin soñar; a esperar otro día, a vivir muriendo o morir en vida.
Soy adicta a la noche, a la noche clara, y medio pintada de negro...
al sonido de la calle solitaria: viejos vagabundos borrachos como perros
que no tienen quien le ladren ni familia que los espere.
Soy adicta a la penumbra; al suspenso de la vida.
Soy adicta al silencio, al misterio, al recuerdo, al ruido de mis dudas,
a conversar con la luna… al compás de mi música interior
que se parece mucho a un Pachabel, en Cannon en D mayor.
O a una fantasía en D menor de Mozart.
Soy adicta a la introspección, al mutis; y de pronto, a la algarabía...
a los sentimientos que se vuelven yegua desbocada en lienzos manchados de abstractos
o letras globalizadas que viajan a España y a la Patagonia;
a Chile y Tacuarembó como a mi isla y New York.
Sentimientos que son burbujas, como una bomba de tiempo,
presta a explotar en cualquier momento.
Adicta a llorar y reír;
Soy adicta a la pasión de sentir
el dulce dolor de las catarsis existenciales.
Derechos reservados.ElizabethQuezada2011.
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