lunes, 4 de noviembre de 2013

Cuando la mirada de una mujer es...




Opaca:
Su mirada es triste, lejana, mate.
Atorada en lo químico de un legado fortuito.
Miserable y especial  deambula como entelequia alucinada,
Vive una muerte lenta de células prot-agónicas, confinada a esos barrotes espurios, 


Mujer im-palpable,
Mujer in-visible,
que in--quieta,
que nubla
toda suerte de abstracción.

Esa mujer es como un árbol seco: desnudo y frio
Vive un acelerado otoño a destiempo, sin noches-buenas.
Cínicamente imperturbable, algo flemática, casi insensible.
La despiertan esas carencias, esas hambres que urgen al tacto, a la piel que afiebrada, tirita cuando el fuego deserta.

Mujer que necesita dar y recibir ese calor instalado en su vientre…
Vivir esa agonía sacra, pequeña muerte que la restaura.
Reconocer ese temblor dulce que induce el brillo en la mirada de mujer.

Y es que, en ausencia de caricias
Domina esa asfixia que la agobia,
que la  hace tirar la toalla y definirse primitiva,
 infuncional, frustrada, algo aburrida,
pobre, muy pobre, dentro de tanta riqueza: fuera y dentro de ella…

Sólo es una presa, 
un animal pensante con cierta libertad
 oculta en su cuerpo,
en las palabras, en el amor… 
Sólo es una mujer sola en su claustro.

Elizabeth Quezada @Derechos-reservados