miércoles, 25 de abril de 2018

Cuando los hijos se van.



Por Eli Quezada
“El enemigo es el miedo. 
Creemos que es el odio pero es el miedo.”
Mahatma Gandhi.


Siempre me llamó mucho la atención el concepto: ’Síndrome del Nido Vacío’ sin saber que tarde o temprano experimentaría los síntomas como parte de mi vida.

Pensar y analizarlo como hija, no es lo mismo que hacerlo como madre o abuela.  El amor de #Madre es incomparable. No es lo mismo despedir a   uno de dos hijos que a ambos. A veces la permanencia de los hijos se hace larga en la casa materna por variadas razones, en especial que algunos tardan en hacerse  independientes. Todo depende de la madurez adquirida, de los temas de libertad, o no. Del hecho de encontrar al indicado o indicada, etc. En fin, depende  de las contingencias de la vida. Hay una serie de conjeturas y análisis que se desprenden del hecho de ver los hijos partir y construir su tienda aparte. Vamos a tocar este sentimiento que me angustia.

Es cierto que los padres, debemos proporcionar las herramientas a los hijos para su vuelo personal; y que planeen sus propios aterrizajes. Somos responsables de su desarrollo; para cuando decidan alzar sus alas y volar, lo hagan decididos y sin miedos. Pero, ¿y dónde quedan nuestros miedos? ¿Quién nos enseña,  especialmente a las madres, a vivir sin ellos? Específicamente cuando nos hemos quedado solas, ya por la muerte del esposo (en mi caso), el divorcio o separación, o simplemente por opción… aunque soledad es soledad a pesar de que le encontremos un cierto regusto agridulce y helado. Como dijo Gustavo Adolfo Bécquer: “la soledad es muy hermosa… cuando se tiene alguien a quien decírselo”…

En todo caso la soledad  nos cae como balde de agua fría cuando ese cordón umbilical de nuestro vientre sigue atado a nuestros imberbes a pesar del paso de los años, a pesar de su altura y su estructura de hombre o mujer hecha y derecha. 

Sí, es cierto que mientras más tiempo un hijo se queda en el hogar se vuelve más dependiente de la madre y viceversa. Esa es mi historia con mi hija menor.

Cuando pienso en el amor madre-hijos tengo que remontarme a las teorías de los tipos sicológicos de las diosas (Artemisa, Afrodita, Atenea, Hera, etc.) representando el amor maternal, el amor sexual, amor a la ciencia y estudios, al matrimonio, etc.  Se especula que la mujer amante o tipo-Afrodita, tiende a ser más mujer que madre. La mujer Atenea tiende a ser más profesional que  amante o madre…etc.

Yo pienso que podemos integrar a todas las diosas en una.  De ahí el carácter multi-tag de la mujer, que es capaz de cubrir varios frentes. Aunque en esa lucha por ser profesionales, madres, esposas y amantes dejemos nuestra piel. Nuestras abuelas fueron madres y esposas y listo. Pero, hubo que demostrar que somos tan capaces como los hombres y así estamos cumpliendo todos los roles y explotadas.

No obstante en el diario vivir te encuentras con mujeres de marcados tipos sicológicos. Yo soy más madre que esposa, que profesional, que hija, que amante. Para mí ha sido letal la separación de mi pequeña, que se casó adulta… no muy jovencita como lo hizo la mayor de mis hijas (que de niña fue muy independiente)… y gracias a la segunda no sentí la ausencia de la primera, de modo que, no hubo nido vacío en esa ocasión. Ahora con la segunda he sentido verdaderos signos del síndrome del nido vacío, pues hasta en las noches, despierto con ansiedad, imaginando una serie de probabilidades improbables, que solo existen en mi mente.

Cuestiones como -que come, -que si tiene medicamentos para sus afecciones, que si es feliz,  que si la pareja la trata bien…  que si ella hace las cosas que debe hacer como esposa y como madre… que si vive en un lugar adecuado. Que si respira, duerme bien, etc., mejor dicho… es un verdadero calvario el que alucino por ella.

¿¡Y por los nietos!? Ni hablar. Que si le dan los alimentos adecuados. Que si lo llevan a su pediatra con asiduidad. Que si  son responsables y son atentos a los cambios que en ellos se van generando. Un montón de preguntas inimaginables y desacertadas… y yo lo sé; pero aun sabiéndolo lo sufro.  
Es una zozobra cuando no recibo llamada, que me gustarían  diarias o inter-diarias para saber cómo están, cómo amanecieron, si ya no tienen resfriado, si comieron bien. En fin. 

¡Ah no!, no vayan a creer que soy una piedra en el zapato… una suegra incomoda que se mete en todo y que llama hasta cuando van al baño, no.

Ese es mi gran problema. No me gusta llamar mucho. No me gustan los teléfonos ni los celulares, aunque hay que tenerlos para emergencias. Prefiero la comunicación personal… frente a frente. Admito que ser operadora de larga distancia me dejó un trauma con este tema de los teléfonos. O sea que llamo esporádicamente. Les hablo por Messenger a diario y les dejo besos y algunas recetas… y listo.

Pero confieso que me meto en los procesos de dejarles ver alguna mala crianza o déficit que note en el crecimiento de mis nietos. No en vano se estudia, se pela una las pestañas para obtener ciertos conocimientos y que mejor implementarlos con la familia. Soy maestra por vocación y aunque no trabaje por un salario me gusta trascender lo aprendido.

Mis amigas psicólogas y experimentadas en este tema me dirán que debo atender mis proyectos. Que debo dedicarme a mis cosas… a pintar, a escribir… a mis búsquedas y lecturas, que siempre han sido mi pasión… pero yo les contestaría que sigo haciendo cada una de esas cosas, excepto, claro, volverme a enamorar… en ese sentido estoy cerrada a cualquier tipo de relación que no sea de amistad.

Quiero poner sobre la mesa este tema por si alguna siente o ha sentido este malestar terrible que me hace, al respecto, algo paranoica y ansiosa… Viendo fantasmas donde no los hay, y dudando del bienestar de mis princesas. Incluso cuando soy abanderada de la felicidad interior. La felicidad propia. La felicidad no es algo ajeno a una misma. 
La felicidad es algo que se da no que se recibe… La felicidad es un estado interno que se construye… que se anida, que fluye del ser hacia afuera, no lo contrario. Se es feliz porque gustamos de nosotros. Porque hacemos lo que queremos… nadie nos coarta o nos aprisiona. La felicidad, insisto, me la proporciono yo y mis ideas, yo y mis circunstancias, cualesquiera que estas sean… yo y mi forma de ver mi entorno, de ver el universo.

Pero ellas, mis hijas,  junto a sus respectivas familias me complementan, me perfeccionan, hacen parte importante de mí ser. Debo decir que cuando mis hijas y mis nietos me visitan soy la mujer-madre más feliz del mundo. Se olvida la ansiedad y el miedo. Mi universo se completa.

No obstante estos ataques crónicos de querer adivinar el día a día de mis hijas, de querer tenerlas presente en mi vida me hace infeliz aunque sea por periodos de crisis de ausencias, que ocurren cuando no me llaman o no me visitan.

Y me gustaría preguntar: ¿cuándo pasará esa sensación de separación endeble?
Ese vacío patológico  que no me representa.

Eq.