sábado, 15 de julio de 2017

Adicctus





Por Eli Quezada

Soy adicta al jadeo de las madrugadas, al olor del café en el campo, 
a la fiesta de gallos y de  pájaros cantando cantos al despertar, al alba, 
a la aurora con sus poéticas vestiduras; a la luz nueva de cada día, 
a ver la cara gris del cielo sonrojarse ante el sol 
y teñirse del verde azul del mar en el Caribe.

Soy adicta a la mordida de la manzana. 
Al olor de las fresas y las uvas…
a explotar un gajo de naranja dulce que se escapa entre los labios. 
A sentir la brisa fresca tocar mis ojos cansados.

Soy adicta al parto de un día sin dolor, 
a la muerte ansiada de la tarde…
soy adicta a los principios, más adicta a los finales. 
Adicta al crepúsculo, a ver descansar la tarde; como  se arrellana a orillas del horizonte,
a esperar que la luz se apague: se acuclilla, 
se aposta en asedios diarios de necesidades creadas. 
Se echa a dormir sin soñar; a esperar otro día, a vivir muriendo o morir en vida.

Soy adicta a la noche, a la noche clara, y medio pintada de negro... 
al sonido de la calle solitaria: viejos vagabundos borrachos como perros 
que no tienen quien le ladren ni familia que los espere.

Soy adicta a la penumbra; al suspenso de la vida. 
Soy adicta al silencio, al misterio, al recuerdo, al ruido de mis dudas, 
a conversar con la luna… al compás de mi música interior 
que se parece mucho a un Pachabel, en Cannon en D mayor. 
O a una fantasía en D menor de Mozart.

Soy adicta a la introspección, al mutis; y de pronto, a la algarabía...
a los sentimientos que se vuelven yegua desbocada en lienzos manchados de abstractos
o letras globalizadas que viajan a España y a la Patagonia; 
a Chile y Tacuarembó como a mi isla y New York. 

Sentimientos que son burbujas, como una bomba de tiempo, 
presta a explotar en cualquier momento. 
Adicta a llorar y reír; 
Soy adicta a la pasión de sentir 
el  dulce dolor de las catarsis existenciales.

Derechos reservados.ElizabethQuezada2011.

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